SABOR A MANGO


En una huerta de algún lugar de este planeta, una niña de alrededor ocho años camina por un trillo marcado por el andar constante de las personas que pasean por ese lugar, una huerta con mangos, tamarindos, algarrobos, algunas matas de cacao, limoneras, plataneras y unos cuantos árboles de grosella, esta niña de cabellos castaños, recogidos en una coleta con un lazo color azul como el cielo, que hace juego con su blusita estampada de flores y un short ancho café, calza unas deportivas gris que le permiten andar con seguridad en ese lugar, es delgada, blanca, algo pálida pero saludable, su tono de piel es así.

Va en busca de algún mango, algo verde y ácido para comerlo con limón y sal, su fascinación, entre árboles y árboles va muy selectiva, viendo cual puede darle unos buenos mangos, luego de divagar y divagar, entreteniéndose entre mariposas grises y lagartijas verdes, encuentra un árbol de miguelillo al final de la huerta.

Un árbol algo viejo, no muy alto, cargado de mangos redondos y verdes, que por el peso que ejerce en sus ramas no es necesario subir al árbol como aquella niña pensaba. recoge unos cuantos puede en una funda que se ha llevado.

Ya de regreso, con antojo de unas ácidas grosellas, deja la funda con los mangos en el piso, se saca las deportivas, pues piensa y está segura que sus pies descalzos le proporcionan la seguridad de no resbalar. Sube cautelosamente, cada rama, desde la mas gruesa a la más delgada, esas que tienen los frutos y que llegando con su cuerpo tembloso  extiende sus bracitos, rezando una corta plegaria de que no se rompa la rama porque la van a castigar por traviesa, logra su objetivo y tumba muchas grosellas.

Baja con mayor velocidad, y recoge todas las que puede, las mete en la fundita, y presurosa llega a la cocina de su casa, coge el cuchillo más afilado y empieza a pelar los mangos, con cuidado, porque se ha cortado muchas veces el dedo índice de la mano izquierda.

Mientras corta cada pedazo, los va juntando en un plato algo grande, cuando ha terminado de cortar los mangos va lavando las grosellas y las pone en el plato donde están los mangos, en este momento ya tiene la boca "hecha agüita" como dicen por aquí.

Luego de tener todo casi listo, hecha sal al gusto, unas pizcas de pimienta y dos limones exprimidos, revuelve con las manos y prueba un mango para asegurarse que queda en el punto.

Cuando su plato especial está terminado, se sienta en el sofá de la sala a degustar su preciado preparado. Esa niña de cabellos castaño, estaba satisfecha y lo hace desde aquel tiempo hasta la actualidad a sus 22.
Árbol de mango miguelillo,
comunidad San Gabriel, Portoviejo, Manabí, Ecuador.
Foto por María José Pinargote 






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